RECUERDO DE MIS VACACIONES DE INVIERNO

El sol apenas calienta, solo se lo ve a él y a su luz, pero no se lo siente. Mientras se escucha tímidamente el ruido de algunos autos que se animaron a salir temprano por la mañana, a romper la barrera del crudo invierno santacruceño, me despierto. Aprieto con fuerza las sabanas y las mantas tratando de no dejar una sola parte de mi cuerpo expuesta al frío aire mañanero.

Me quedo unos minutos pensando si me quedo durmiendo o empiezo el día. La segunda opción gana y me levanto rápido para no arrepentirme. Puedo oler ese aroma calido a tostadas recién hechas que es un perfecto imán para no quedarme dando vueltas en la cama. El televisor prendido, en el mismo canal de siempre, el mismo canal de todas las mañanas, en donde el periodista con cara mustia y sin demostrar ningún tipo de sentimientos, da información que solo sirve para personas que viven a 2500 Km. de mi casa. Pero bueno, "es lo que hay" pienso y sigo caminando rápido para que el frío de las baldosas del comedor no pase la fina tela de las medias.

Una vez más recuerdo que me olvidé las pantuflas, esas gorditas, rellenas y cubiertas con corderito, debajo de la cama. Saludo a mi mamá, con un beso de esos que les gustan a todas las madres, abrazándola fuerte de sorpresa, como si no la viera desde hace mucho tiempo, mientras ella está sentada tomando el desayuno. Ahora el olor de las tostadas se mezcló con el aroma a café con leche, creando una sensación que despierta mi estómago y me avisa que tengo que comer algo si o si, antes de salir a jugar con los chicos.

Río Gallegos en vacaciones de invierno, puede ser o el lugar más triste y aburrido de la tierra, con el cielo siempre gris y la escarcha que convierte todo lo verde en blanco, o puede ser el lugar más divertido. Sobre los techos de las casas ya se ve a la nieve descansar en su dulce paz. Las chimeneas fuman ese humo espeso y gris que se mezcla con el horizonte, refulgente por el sol el cielo grisáceo alterna con el naranja, creando un especatucolo maravilloso y unico.

Mientras me apuro en tomar el desayuno siento el golpe en la puerta de mis amigos que ya me vinieron a buscar. Me levanto de la mesa casi corriendo, tomo lo poco que queda en la taza de un solo sorbo. La dejo lo más rápido que puedo sobre la cocina y voy derecho a cambiarme, mientras afuera, reclaman por mi. Me abrigo bien, dos pares de medias para poder patear la pelota sin que el frió me parta los dedos, campera, guantes y un gorrito de lana, de esos que tejen las abuelas. Mientras abro la puerta, grito “¡Me voy!” y la cierro de un portazo. Somos seis chicos, todos con gorros y guantes, decididos a divertirnos como todas las mañanas, jugando, en el cemento congelado y nevado, al fútbol.

La primera sensación al salir a la calle siempre es rara. Por unos momentos, la tranquilidad de la ciudad y los rayos del sol, que parecen dirigidos directamente a la nieve, crean una falsa sensación de temperatura y tranquilidad. El invierno en la patagonia pareciera actuar como silenciador. El frío no se siente, pero solo basta con dejar que pasen los minutos para que el frío empiece a ganarle a las ropas y comience a hacerse respetar. A nosotros poco nos importa. El ritual es el mismo que en toda la Argentina hacen los chicos para jugar un "picado"; dos eligen, con un “pan-queso” de por medio. Uno en una punta, el otro enfrentado y asi empieza un caminar sobre una línea imaginaria turnándose paso a paso. Es uno de los momentos decisivos de la mañana. El primero que pisa la zapatilla al otro es el elegido para comenzar a elegir sus compañeros y armar los equipos. Ser primero te puede permitir elegir a la estrella del barrio, ese que esta alejado con la pelota haciendo jueguito y que parece ni importarle la elección, el va a dar vuelta la cancha, con escarcha o sin escarcha.

El frío ya ni se siente, está pero ya es parte de nosotros. El sol, cada vez más arriba, descubre el cielo azul. Mientras nos peleamos y armamos los equipos, otros buscamos las piedras que van a simular ser los palos. Esta es la parte más complicada, las piedras están, algunas incrustadas en la tierra endurecida por la escarcha otras en los charcos congelados en donde asoman, pero es casi imposible sacarlas. Después de pelear un rato contra la madre naturaleza, ya tenemos las piedras, ya tenemos los arcos, ya empieza el partido.

Comienzan los golpes, empiezan las risas y empieza esa misma reunión de todos los días que se prolonga hasta pasado el mediodía cuando cada uno parte a su casa, a cambiarse, calentarse, almorzar y porque no, prepararse para volver a salir a jugar con la nieve. El partido se convierte en algo muy pausado, me apuro para correr la pelota, pero con el cuidado de no resbalarme y terminar enfrentado cara a cara con el hielo. No me doy cuenta y choco contra mi compañero, caigo derecho al piso. Las risas se apoderan de todos, quedo suspendido en el suelo, y el hielo empieza a mojarme, apenas siento ese frió húmedo, me acuerdo de donde estoy acostado, pego un salto y sigo corriendo. En el mejor momento siempre se escucha la voz de algún previsor que al grito de “¡Auto!”, nos detiene. Por unos segundos quedan todos suspendidos en sus lugares hasta que pase el auto, de todas formas, siempre hay alguno que roba un par de metros o se acerca al compañero del otro equipo. Mientras jugamos vemos como pasa la gente caminando rápido, con la cabeza acurrucada en la campera, como si se tratara de una tortuga que quiere esconderse, nos miran y fácilmente podemos descifrar que piensan que estamos locos, como podemos estar jugando con este frió. El paso de la gente se acelera, quieren llegar rápido al ambiente calido de una casa, oficina o negocio. Mientras caminan se siente el ruido crocante de los zapatos sobre la escarcha, el hielo y la nieve, todo mezclado.

Lamentablemente escucho el grito de mi mama para que valla a comer, intento hacer el que no escucho y sigo jugando. “Gol gana” gritan, como una forma de ponerle un fin más destacado al partido y que no quede inconcluso. Pero, los goles, que antes se sentían a cada minuto, esta vez como si se tratara de algo adrede no aparecen. Escucho el segundo llamado de mi mama, ya con un tono impaciente. El gol se genera y cada uno parte a almorzar. Entro a mi casa derecho hacia el calefactor para calentarme las manos y la cara, que esta roja y dura. Me saco las zapatillas, húmedas por la nieve, las medias, me cambio la ropa mojada y parto a la mesa. En esa procesión hacia la mesa aparecen los dolores de los golpes, me quejo un poco, solo un poco, para no despertar el instinto materno y que después no me dejen salir de vuelta. Ya están todos, mi mamá, mi papá, mi hermana, mi abuela, todos comiendo y mirándome, no me dicen nada, es un reto con los ojos. Ese momento dura muy poco, empiezan la conversación, la tardanza se olvida, vuelve todo a la normalidad. Todos terminan de comer, mi papá se va a dormir la siesta, para después volver al trabajo. El comedor queda desierto y me apodero del televisor. Sigo descansando de la activa mañana y me voy acostumbrando al calorcito hogareño. Mientras miro el televisor, de reojo, aparece la mochila del colegio que quedo ahí desde el ultimo día de clases, ya me desconcentre y empiezo acordarme de la tarea para la vuelta al colegio. "¿Y si la hago ahora?" pienso, solo unso segundos de duda, "no, todavía me quedan días".

Otra ves el golpe en la puerta, otra vez mis amigos, me abrigo y salgo derecho a jugar. Ahora el escenario es diferente, la nieve no nos espera placidamente sobre el pavimento, ahora esta toda revuelta y dejo de ser blanca, ya se mezclo con el barro. El pavimento sigue congelado, pero el sol empieza a doblegar al hielo con el correr de las horas. El ruido de los pajaritos y las gaviotas es reemplazado por el ruido de los autos y de las escobas de los vecinos que intentan sacar la mayor cantidad de nieve. La calle toma las mismas características de un día después de una tarde lluviosa, pero la vereda sigue blanca, con las suelas bien marcadas, en donde se aprecia todo el reino animal, hombres, animales, aves, todos dejan su imprenta sobre la blanca nieve. Los equipos son los mismos, las caras son las mismas, hay más ganas, el almuerzo hace efecto, empieza la revancha. Ahora el límite no lo pone el almuerzo, sino la merienda y la luz del día, que se va ir escondiendo, dejando el lugar a la inmensidad de la noche que adquiere protagonismo con el correr del partido y de la tarde. Vacaciones de invierno, esos días en donde el frío, ese mismo que a veces es barrera, pasa a ser un agregado divertido a los juegos de siempre.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

BRILLANTE.
ME EMOCIONO. ME TRAJO RECUERDOS DE MI INFANCIA.
PULI ALGUNOS ASPECTOS MENORES DE TU REDACCION Y ESTAS PARA GRANDES COSAS EN LA LITERATURA.
FELICITACIONES.

Anónimo dijo...

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