De entrenamientos y Jotajotas

Pasaban los segundos y las marcas que te atronan el cerebro cada cien metros y te indican lo mucho que te falta, cada vez tardaban más en aparecer. A partir de los 500 metros me quedé sin aire. 600...... 700................800...........................900 y así. Llegué a los mil metros con el último resto. El Rosedal me daba vueltas en la cabeza como una calesita. Caminé unos metros, mientras escuchaba el beep constante del reloj de Nico. Su aparato recibía mi frecuencia cardíaca. Me tiró una botellita de agua. Con algo de reflejos intenté recuperarme. En 35 segundos me pregunté 78 veces qué estaba haciendo ahí. ¿Para qué? Por las dudas no respondí ninguna de las 78 inquietudes. El contexto era peligroso. Sin aire. Fatigado. Respirando como un pez en sus últimos segundos. Cualquiera respuesta se iba a resumir a una sola cosa: tirar la toalla en el segundo entrenamiento. Un crá.

Todo tiene una carga adicional, siempre. El miércoles a la noche salí del diario a las 22. Mindez me acercó hasta mi casa. Antes de despedirnos me miró. "Estás loco", me dijo. En el trayecto desde Constitución hasta Congreso le conté que tenía que llegar a mi casa, cambiarme e irme a correr ocho kilómetros. Salió todo como estaba programado. Cuando llegué al Rosedal, Nico ya me estaba esperando. Corrimos los ocho kilómetros en 45 minutos. Fue un ritmo constante y tranquilo. Charlamos. Nos conocimos un poco más. Sacamos cosas de la mochila de nuestra vida y las intercambiamos.

Este mediodía, después de los mil, los minutos pasaron y me sentí un poco mejor. Según las palabras de Nico mi respuesta fue buena. Creo que él esperaba algo terrible, pero es claro que eso no me lo iba a decir. Cuando más o menos pude ubicarme en tiempo y espacio, comenzaron los trabajos de tren superior y fuerza. Levantaba la mirada y pasaban minas en rollers, viejos que corrían con los brazos abiertos, mirando al cielo para quemarse (?) y turistas. Entre toda esa fauna estábamos Nico y yo, intentando ganar aire para irnos a jugar al fútbol a Europa. Insólito.

Terminamos. Hicimos los trabajos de elongación y me fui a casa para bañarme, cambiarme, comer algo y salir para el diario. Mientras me subía a la bicicleta lo veo pasar a J.J López, caminando a paso lento. Bermuda. Anteojos de sol y mirando al frente. "Gracias J.J", le grita uno. El ex DT de River, se da vuelta y saluda contento, pero en ese conjunto de movimientos se da cuenta que la caricia llegaba de un pibe con la remera de Boca. Ya era tarde, había perdido el puntito inteligente. Quizás a él también le queda un último intento. Nunca se sabe.


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