Recuerdos de los tiempos en que fui feliz

Yo quería ser arquero. No sé por qué. Recuerdo que tenía un fanatismo importante por Goycochea. Lo concreto es que mi futuro abajo de los tres palos era sombrío. Mi viejo fue quien se encargó de hacérmelo saber con una honestidad brutal que todavía me asombra. El día que me compré con mis ahorros mi primera camiseta de Racing, aquella que tenía la publicidad de Rosamonte y no era original porque a Río Gallegos nunca llegaban, con lo que me sobró me compré una camiseta de arquero y guantes. No me resignaba.

Nunca llegué a atajar. Sólo volaba magicamente en el quincho de mi casa. Luego llegó la escuelita de fútbol y mi mentirosa pasión por el arco desapareció. Primero vino el futsal. Todavía exístia esa regla de los goles fuera del área y era clave pegarle de puntín porque la pelota no picaba ni de casualidad. Un poco más grande llegó la cancha grande. Así pasé la octava división como un siete retacón, picante y algo mediocre. Apenas jugaba y el banco de suplente me aburría. Eramos varios los que no teníamos lugar. Un día Mariano Mendoza, un amigo inquebrantable de esas épocas, creo que todavía lo es pero pasaron muchas cosas en el medio que depende él, me dijo que nos teníamos que ir a Bancruz. Dejar la escuela de fútbol para irnos a un club. Eran los primeros meses del 97. Me la jugué y me fui con él. Nunca más me fui de ese color azul Francia.

En el medio nunca dejaron de estar los partidos en la plaza de la Escuela 10 o entrar de canuto a la Iglesia de Los Mormones para jugar en la canchita. "Hasta los 20", era la única regla. Partidos eternos de varias horas. Era como un partido de tenis. Según la capacidad del rival el partido podía durar 20 minutos o cinco horas. Jugar en la nieve, en el hielo, con viento, con lluvia. No importaba. Nunca importaba. Siempre estábamos con Mauro y Agustín listos para cualquier desafío o para jugar el clásico contra "los de la vuelta".

El siete picante (?) duró con altas y bajas hasta la sexta división. El estirón no llegaba nunca y la velocidad se perdía en el camino. La sexta era como el quiebre entre el fútbol infantil y el fútbol. En el primer entrenamiento, Hugo "Papa Noél" Irigoitía (una gran persona con la que estoy muy seguro que volveré a comer un asado) decidió ponerme de cuatro. No la vi. Lo repitió una y otra vez. Yo cada día la veía menos. Pero el sueño de quedar en la lista de buena fe para poder entrar en los 16, yo era de los más chicos, se transformó en debutar el campeonato como el lateral por derecha titular. No era Hugo Benjamín Ibarra, claro está, pero con mi metro cincuenta de esa época me la banqué bastante bien. Lo mio era garra y una capacidad para la marca inobjetable.

Desde hace varios días, con mucha melancolía recuerdo esos tiempos. Años en los que fui muy feliz. Miles de anécdotas. Fotos que nunca se van a borrar. Mis grandes amigos me los dio el fútbol y eso no lo olvido. Mucho de eso que viví es lo que me lleva a este último intento. Un último intento que será todo.

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